CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO
CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO. Cuatro besugos














cuatro besugos

CUATRO BESUGOS (*)

Yendo con mi madre a la plaza del Mercado de San Isidro, en el barrio de Mataderos, al comienzo de Carabanchel Bajo, en Madrid, el Madrid del estraperlo, bien guapa y hermosa, porque la piropeaban los camioneros y los tenderos de los puestos del Mercado, lo que a mí me hacía sonreír, ella me iba contando lo que le había pasado a su “pobre” amiga Magdalena, que tenía una hija, Magdalenita, que me quería de novio cuando mayor:

-Ayer, cuando regresaba del Mercado a casa, muy cerca de la nuestra, un pillo y caco bien vestido la siguió y, acercándose a ella, a mitad del camino, le dijo:

-Señora, le llevo la compra a su casa, porque la veo un poco cansada y, además, tenga cuidado, pues lleva su bolso colgante abierto, no le vayan a robar el dinero.

-Ay, hijo, qué amable eres, Toma mis dos bolsas y acompáñame hasta la puerta del edificio 68 de General Ricardos y, en cuanto al dinero, le llevo a buen resguardo aquí debajo de mi sujetador izquierdo.

Llegaron al edificio y entraron al portal. Allí, el desalmado, al cerrar la puerta, dejó las bolsas a los pies de Magdalena, le puso una navaja al cuello, diciéndole que le daría tres puñaladas si no le daba el dinero que llevaba en la teta debajo del sujetador.

-La pobre Magdalena no tuvo más remedio que dárselo y, al subir las escaleras hasta su tercer piso, casi se cae por el temblor y miedo que sentía en su cuerpo.

-Madre, usted no se fie de nadie.

-Sí, hijo, en este mundo hay mucho ladrón, asesino y criminal, que siempre van a hacer daño a quien nunca hizo mal.

-Fíjate hijo que, el otro día, antes de la festividad de San Isidro, iba yo a pagarle al frutero con un billete de cien pesetas y, visto y no visto, apareció como de la nada un caco que me arrebató el billete de la mano y desapareció corriendo hacia la Colonia Tercio y Terol; así que no podía comprar la fruta. Menos mal que el frutero, a quien siempre le compro la fruta, me la dejó a deber.

Hoy no íbamos a comprar fruta y mi madre, al pasar por la frutería, saludó al frutero de lejos:

-Buenos días, Miguel, hoy vamos a la pescadería.

-Buen guardián lleva usted hoy señora Daniela.

- Sí, Miguel; ¡este mi niño es más majo¡…

La respuesta de mi madre me hizo sonreír y alabar a mi madre.

Estamos delante del puesto de la pescadería. Todo parece recién pescado. ¡Cómo brilla todo el pescado entre trozos de hielo machacado¡ Menos los mejillones, los bígaros y los percebes.

Mi madre pidió Japuta (Platusa), gallos, y una merluza, que el pescadero dijo que era de anzuelo. Después, dudó en comprar besugo, y yo le dije:

-No, madre, no, besugo, no.

-¿Y eso, hijo?

-Madre, en la Enciclopedia he leído y estudiado que, antes de la Segunda Guerra Mundial y después de ella, vivían unos gobernantes besugos ladrones, criminales y asesinos, que hicieron mucho caudal y hacienda robando y asesinando a los ciudadanos de sus respectivos pueblos que no les seguían.

El besugo germano tenía buques de la mar y submarinos, aviones de alta esfera, queriendo conquistar África, Europa e Inglaterra. También, tenía muchos tanques, tantos como el comunista zar de toda la Rusia; estos dos sobresaliendo por encima de los besugos de España e Italia, que les seguían como el Jumento sigue a la Jumenta. Todos ellos ladrones, criminales y asesinos, como le digo madre; que lo dice la Enciclopedia, a la que sigo y creo.

-Calla, y cuídate la lengua, hijo, que hay gente muy perversa que escucha y no consiente que se hable mal de quien gobierna.

No sé cuál Enciclopedia es esa, hijo.

-Me la dio don Baldomero “el Republicano” maestro del pueblo de la Serranía de Cuenca, madre, a quien los “nacionales” le entraron a su padre a degüello, en una noche oscura, llevándosele y haciéndole desaparecer en una cuneta; para, después, cortarles el pelo al rape a su mujer, a su hija y a la doncella, a quien se cree violaron tapándole con mascarilla la boca, brozándose con ella como perros salvajes.

- Vayamos a casa, hijo, que tu padre, a las dos y media en punto sube las escaleras y exige de comer.

-Sí, madre; tú eres la más hermosa.

-Vamos, hijo, ¡qué majo eres¡

-Daniel de Culla

(*)Dibujo del autor.